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Sábados soleados

  • Foto del escritor: Ana Peña Serrano
    Ana Peña Serrano
  • 1 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Todo en la vida se vuelve monótono, repetimos las mismas actividades cada determinado tiempo, creando rituales que se vuelven parte de uno. En eso parece consistir la vida, en encontrar algo que amamos y quedarnos atado a ese algo todo el tiempo que sea posible, como si tuviésemos miedo de lo que sucedería si lo soltamos.

Desde pequeña creas rituales que te permiten tener una seguridad de pertenencia y de relación con ciertas cosas. Esas actividades que después de realizarlas por largo tiempo se vuelven parte de ti.

Pero como creamos rituales también los olvidamos, sientes un vacío enorme cuando te das cuenta que los has perdido, pero solo encuentras ese vacío si miras un par de años atrás en tu vida y descubres casi sin darte cuenta todas las cosas que han cambiado y las que has dejado olvidadas en el tiempo.

Recuerdo que cuando era pequeña un sábado de cada mes nos preparábamos para ir a mi quinta en Gualaceo, el recuerdo de esos días siempre fue soleado, parecía que esto era parte fundamental del ritual pues en mi memoria no existe un sábado lluvioso o nublado.

Nos levantábamos temprano y hacíamos las maletas para emprender el pequeño viaje. Treinta y cinco minutos después llegábamos al destino, el sol había viajado con nosotros, todo era brillante y lleno de vida, mi abuelita salía a recibirnos con todo el cariño y la emoción de estar juntos. En mi mente, aún conservo esos momentos como los más felices de mi infancia.

En la naturaleza los fines de semana eran más largos, tranquilos y callados, amaba disfrutar del sonido del río y del rocío de la mañana, estos mezclados con el sol creaban en mí una felicidad que es imposible describir con palabras.

Ese era mi pequeño ritual, asistir a mi quinta para disfrutar por un fin de semana de la compañía de mi familia y de la deliciosa comida que comprábamos para comer juntos. Mi familia en esa época me parecía tan grande, amable y cariñosa. Solo cambiar de aire y estar con ellos era un simple ritual que no quería perderme por nada del mundo; disfrutaba de los juegos, las actividades, las bromas; todo me llenaba de alegría.

Pero dejó de pasar, la familia tan grande poco a poco se olvidó del ritual, los sábados dejaron de ser tan emocionantes, el sol dejó de brillar tan fuerte, rompimos con este ritual, cambiamos de gustos, de tradiciones, como se menciona en forma de metáfora en el libro “Los bárbaros” llegamos y destruimos todo lo que estaba a nuestro alrededor; en esos momentos nosotros fuimos los bárbaros que nos sentimos con el poder y la fuerza de romper con este ritual que incluía a toda mi familia, ¿por qué lo hicimos? ¿qué cambió en nosotros? ¿qué esperábamos obtener de esto? Esta tradición que la realizamos por muchos años la terminamos solo porque nos sentíamos con el poder y el control para hacerlo.

La vida y el tiempo también son bárbaros que transforman las cosas, que sin darnos cuenta nos van cambiando y destruyen todo lo que queremos. Es increíble como una persona es capaz de unir a toda una familia; esa persona era mi abuelita, con el paso de los años ella enfermó y todas las personas que asistíamos al ritual no encontramos sentido en seguirlo realizando.

Debíamos haber perseverado, seguir juntos, pero somos bárbaros que destruimos todo lo que encontramos, sin mi abuelita todos nos sentimos con el poder de cambiar el mapa, de ser mutantes que sustituimos ese paisaje por un nuevo hábitat, cambiamos las tardes de alegría en la quinta por otras ocupaciones, por otras personas, por otras familias; encontramos nuevas prioridades y así acabó el ritual, no recuerdo el momento exacto, pero eso se terminó.

Ahora, 4 años después, los sábados que hubiera destinado a las reuniones son llenados con nuevas actividades, no diría nuevos rituales porque después de perder a mi abuelita no hemos creado una tradición tan fuerte como esa, estos días se llenan con actividades variadas y distintas todo el tiempo.

Creo que si ahora intentaríamos reanudar esa tradición ya no sería posible el corazón y la razón de la misma ya no se encuentra en este mundo. Nos dejó con un vacío tan grande como los bárbaros que dejan destruidas las aldeas que saquean y no queda nada más por hacer. La vida ha cambiado, todos hemos mutado somos personas tan diferentes a lo que fuimos en esa época que nos sería imposible reconocernos si retrocedemos en el tiempo. Hemos perdido esa tradición que era una forma de expresar amor, esa tradición describía a mi familia ahora está ya no parece tan grande, ni tan cariñosa, ni tan feliz.

 
 
 

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